En los orígenes de la humanidad, el hombre se vio en la necesidad de “contar” todo lo que podía en su día a día. Contar, por ejemplo, cuántas manzanas había comido durante el día, cuántos animales tenía en su poder, cuántos pasos necesitaba para llegar al río, etc. Poco a poco el hombre fue sistematizando todos sus conocimientos sobre este novedoso método y le llamó: Matemáticas. De ella derivaron muchas otras ciencias como la geometría, el álgebra, la trigonometría, astronomía, la misma arquitectura, entre otras.
Más que la madre de todas las ciencias, algunos pensadores consideran a las matemáticas como un arte y, por sobre todo, la herramienta más eficaz para el perfeccionamiento de nuevas tecnologías. A medida que se descubren nuevos métodos y sistemas, más progresamos, y más cerca estamos de lograr lo que nuestros ancestros creían imposible. Un simple descubrimiento en alguna variación matemática genera toda una serie de sucesos sin precedentes y el desarrollo técnicas innovadoras en campos bastante diversos; y la Arquitectura no escapa a las repercusiones de esta ciencia madre. ¿Habrá creído Vitruvio que sería posible acaso edificar monumentos como los creados por Zaha Hadid?.
Capaz de hacer que el ser humano elabore todo un diagrama de abstracciones, cálculos, razonamientos prácticos, comparaciones, proporciones, y todo en cuanto satisfaga la necesidad del conocimiento, es la Matemática una ciencia abstracta que subyuga nuestro progreso y nuestro afán de buscar siempre la perfección.
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